¿A quiénes elegimos para la gran misión de representarnos en una democracia? ¿Al loco chistoso, al de los ojos verdes o al que simplemente me simpatiza?

En estos últimos días he visto videos de las campañas actuales que se están corriendo dentro de la Universidad Católica Santiago de Guayaquil, en los cuales los partidos presentan a cada uno de sus candidatos. Me puede importar menos quién gana o no esas elecciones o qué hará el ganador con el dinero que reciba porque no estudio ahí (agradecida por eso). Sin embargo, me he quedado sorprendida al ver los videos y no en el buen sentido. En ellos muestran a los candidatos en fiestas, con el trago en la boca, abrazados de personas, de viaje y… Eso. Eso es todo. Esa es la carta de presentación.
Más de una vez me han dicho: “Así es la política, María Leonor”. Me rehúso a conformarme a englobar este sentimiento de desprecio, hacia la política en general, algo de lo que no nos podemos desligar. Es la política ecuatoriana por la cual siento desprecio, la del “más chévere”, la del más sabido; una política llena de cháchara y show. No lo digo yo, pregúntenle al loco chistoso, al de ojos verdes, o al ‘tiktoker’… Ellos entienden.
¿Así tomamos las decisiones sobre quienes nos representan? ¿Esta es la manera en la que recopilamos información o con la que nos conformamos? ¿Así sopesamos nuestras alternativas? ¿Dónde quedaron los candidatos dignos al cargo que postulan por sus méritos, intelectualidad, recorrido, etc.?
Si en una universidad privada esta es la manera en que manejan la política, me da pena decir que el problema en la elección de políticos no es la falta de educación, o representación o institucionalidad; es un problema cultural. Siempre he pensado que los grandes problemas o males surgen de las acciones que parecen insignificantes a simple vista. El mal de la política ecuatoriana empieza desde las campañas universitarias.